No nos sexuamos como hombres «o» como mujeres; sino como hombres «y» como mujeres; pues el sexo no es disyuntivo, sino conjuntivo

1. Condición ineludible. El sexo no «se hace» ni «se tiene»: el sexo «se es». Por lo tanto, no es un atributo o una conducta; sino una condición. Somos –ineludiblemente– seres sexuados. Así pues, no existen las personas; existen los hombres y las mujeres (con sus múltiples hechos de diversidad). 


2. Intersexualidad universal. No nos sexuamos como hombres «o» como mujeres; sino como hombres «y» como mujeres; pues el sexo no es disyuntivo, sino conjuntivo. Por ello somos seres intersexuales. La intersexualidad no es la excepción, sino la norma. 


3. Identidad sexual disyuntiva. Pese a lo anterior (incluso, en contradicción con ello) construimos una identidad sexual firme, invariable y disyuntiva. Nos sexamos (desde dentro) y nos sexan (desde fuera) como hombres o como mujeres. En virtud de la «sexación formal perinatal» (sexo legal), nos crían como hombres o como mujeres (sexo de crianza). A partir de la etiqueta sexual que cada quien se da a sí mismo (autosexuación), en un complejo diálogo con la etiqueta sexual que le ha sido puesta e impuesta (alosexuación), se construye la «identidad sexual». 


4. Sexistencia. En tanto que seres ineludiblemente sexuados, vivimos una existencia sexuada (una sexistencia). Desde mi sentirme el «hombre concreto que soy» (o la «mujer concreta que soy») trenzo y tejo mi experiencia, dando significado a mi existencia como hombre (o como mujer). 


5. Corolarios del ser sexuado. Porque somos sexuados, somos, además: sexuales, sexados, eróticos y hedónicos. Y podemos ser también: amantes, convivientes, gozantes, procreantes, y sinérgicos. 


6. Condiciones intrínsecas. El sexo es «productor de diferencia» (incluso de «metadiferencia», luego de «diversidad»). Las diferencias sexuales no diferencian sólo «entre los sexos», sino «dentro de los sexos» (así que hay muchas diferencias sexuales «entre los hombres» y «entre las mujeres»). Pero el sexo es también «anhelo del otro» y «anhelo de gozo», así que es «querencia de encuentro» (entre diferentes y diversos). 


7. Valores sexuales. Los valores que intrínsecamente el sexo aporta son: a) en el plano del individuo: la diferencia, la búsqueda y el encuentro, y b) en el plano social: la diversidad, la convivencia y la cooperación; o sea, la sinergia intersexual. Estos valores –válidos, valederos y valiosos– que emergen del sexo son «valores sexuales». 


8. Necesaria inversión en sinergia. Los sexos ineludiblemente interactúan y conviven. No sólo en las plazas, en las fábricas, en las aulas, en las familias y en las alcobas; sino también en el interior del propio individuo. Pero siendo ineludible esta convivencia y esta interacción, no siempre es armoniosa ni sinérgica. Resulta una excelente inversión promover y procurar armonía, cooperación y sinergia entre los sexos en todos los planos de la realidad: individuo, pareja, familia, grupo, sociedad. 


9. Educación sexual. La educación sexual debe servir para que: a) el individuo sexuado se descubra, se conozca, se acepte, se gestione, se quiera y se goce; b) los sexos se descubran, se conozcan, se acepten, se gestionen, se quieran y se gocen; y c) la Cultura y la Sociedad sustituyan la segregación, la discriminación y la guerra sexual por la convivencia entre los Sexos y la Sinergia Intersexual. 


10. Conocimiento sexológico. El sexo debe ser estudiado, comprendido y considerado desde sí mismo (y no desde otras instancias que le son ajenas, como: puritas, sanitas, moris, psique, polis, demos, etc.), así que requiere de una disciplina propia que lo estudie sin desgajamiento ni mutilación alguna. El conocimiento sexológico –como cualquier otro– debe ser riguroso y ha de transmitirse y democratizarse. Aunque no esté suficientemente institucionalizada (ni reconocida) hay suficiente Ciencia de los Sexos para que la sociedad se beneficie del conocimiento que produce.